lunes, 8 de enero de 2007

TREN AZUL

Valle abajo parecía terminar la inclemencia de la sierra: el frío, la falta de alimento y agua, la distancia tenaz. No llovía. Muy tenue oíste un pitido de tren. "Viene despacio", pensaste alzando la voz. Mariano podía oírlo. Ese niño oye todo. No estaba cansado, y eso que desde las lomas de Zacatecas lo hiciste caminar, por falta de dinero, varios días. El que había lo dejaste en la casa, acabadita la cosecha, para las niñas y Manuela. Sólo al niño trajiste. De primera vez él, tu mayorcito. Miras la raya azul, afirmaste tomando a Mariano por los hombros como lo sabe hacer un padre. Serio, con el rostro moreno y brillante de tanto viento que le pegaba desde temprano, miró hacia el sur. Oiga papá, la máquina se mira chiquita, parecía decepcionado. Pérate que llegue acá abajo, verás que es larga. Pérate que lo mires de cerca. Que lleguemos entonces. Sí papá. Te miró con el anhelo de quien cree las palabras que escucha y se ilusiona. Iban ya en la última pendiente, ya divisaban tras las vías el extenso jardín sagrado de tu pueblo. Llegando a Estación contabas con vender collarcitos y figuras de chaquira. Bastantes traías. Siempre hay jipis. A ver si con eso te alcanzaba para carne, y que Mariano agarrara fuerzas antes de ayunar. Llevaban días a tortilla y sal, que además se estaban terminando. Tú sabes lo que es el hambre, Bonifacio. Tu niño igual, pero tú más, porque fuiste doblemente pobre.La última tarde en la comunidad visitaste el caligüey y avisaste a los mayores que ibas al desierto de cacería con Mariano. "Tiene 12 ya", explicaste. El más anciano lo contempló largo, en silencio. Le tocó tantito la frente. Sonrieron todas sus arrugas prietas. Dijo:Ta bueno. Este niño va a poder. El sí. Tuviste orgullo. Como muchos del pueblo, de joven quisiste llegar a chamán, pero fuiste creciendo y nada, no soñaste bien. Tú no. No todos nacen para eso. Te resignaste, como ha de ser. Que tu mayorcito sí pisara la raya del otro lado alegró tu pensamiento, iluminó tu vida pasada, la que no tiene remedio.Ya mero llegaban. Pensaste que a lo mejor un día Ramona, la bebé, bajaría contigo al desierto también. Lástima que fuera niña. Le habías dicho a Manuela tu mujer "vamos a ponerle Ramona" después que fuiste de delegación con los zapatistas y conociste esa comandanta. Tan chiquita como un piñón la viste, pero ella pudo, aunque mujer. El tren fue alargando su gusano azul sobre las vías resplandecientes al rayo del sol. Dijiste: Lleva a Estados Unidos pura carga, para vender allá. Un día voy a subir un tren afirmó Mariano. Creo que sí le concediste. Un día él iba a poder todo, hasta lo que tú no. Una franja de mezquites formaba el límite entre el cerro y el altiplano. Cuando alcanzaron las sombras frescas de Carretas ya sentiste un ir llegando. En esa tierra gris caminó Mariano por su cuenta. Tú quedaste bajo un árbol. Lo viste, no lejos, arrojar una flecha con agilidad, detenerse donde el cayó, inclinar el cuerpo junto a una mata gobernadora, sacarse el cuchillo del morral. Recordaste entonces que el niño ya tenía un cuchillo, que no le diste tú. Lo había ganado por su cuenta. Cortó un venadito a ras del suelo. Se levantó. Miró alrededor, como si reconociera muchos más venaditos, azules y enterrados, sin cazarlos. Regresó a los mezquites.Tenga papá. El tren no se distinguía de ahí. Debía estar detenido en Estación. Partiste la biznaga verdeazul y cachetona, la limpiaste. Una mitad tú, la otra Mariano. La locomotora pitó de repente, sin avanzar. A veces el tren dura horas sin moverse, nomás pita para anunciar que sigue vivo. La sangre se les llenó de flechas a ti y al chico. Dijiste:Vamos. Si apuramos el paso a lo mejor miras de cerca el tren.Con ojos brillantes y una palabra en la sonrisa, Mariano caminó por delante y dijo con mucha respiración, seguro y responsable: Vamos. El sol era nuevo todavía. Las líneas de fuego le hervían la cara celeste. El aire azulaba. Adiós carne. Adiós ayuno. El niño comenzó a cantar.
Hermann Bellinghausen

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